Frases como: “Un chino jamás regresa a casa con las manos vacías” y “un chino nunca deja de ser un chino”; son parciales, injustas, pletóricas de paranoia, pero escuchadas frecuentemente en Instituciones de Educación Superior e incluso por parte de servidores públicos en los EE.UU. Pareciera que estuviésemos volviendo a tiempos de la guerra fría donde había espías, agentes secretos y una total desconfianza hacia personas de una ideología distinta; ahora el protagonista ya no es Rusia sino China.
Quisiera desdoblar la hipótesis de que los chinos son espías comenzando con los estudiantes universitarios. Es un hecho que más del 30% de todos los estudiantes extranjeros en EE.UU. son de origen chino, sumando más de 360,000 en 2018; que son más del total de alumnos en el estado de Nuevo León. El tema es que los sujetos han logrado ser aceptados en las universidades valiéndose de un sistema totalmente transparente, social y claro; altas calificaciones en pruebas como ACT, SAT o GMAT, por nombrar algunas. Todo indica que los estudiantes chinos tienen un buen modelo de preparación para esas pruebas, aun teniendo un incipiente, y en ocasiones inexistente, dominio del idioma inglés. Pudiéramos inferir que los estudiantes chinos seleccionados son por suerte de una “lotería genética” al sobresalir dentro de una población de 1,400 millones. Cierto, más no debemos ningunear el esfuerzo personal, ya que los chinos tienen en ingente estima el valor de la educación como camino para pavimentar un futuro esperanzador. Como ejemplo están los resultados de matemáticas en la prueba PISA, los 7 punteros a nivel mundial son Singapur, Hong Kong, Macao, Taiwán, Japón y China, seis de siete países son chinos o de ascendencia china; mientras que EE.UU. está en el lugar 30 del mundo. No es casualidad que los chinos sean mayoría absoluta entre los estudiantes universitarios extranjeros en EE.UU.
La preocupación por la oleada de estudiantes chinos es tan prevalente que algunas Instituciones de Educación Superior están bregando por reducir la alta concentración alegando diversidad étnica y estableciendo cupos por origen racial, a costa de privarse de estudiantes brillantes.
Ahora bien, en cuanto a investigadores y científicos de origen chino en los laboratorios y centros de investigación en EE.UU., según datos de la National Science Foundation, del 2005-2015; 45,000 estudiantes de doctorado fueron chinos, 20,000 de la India y menos de 1,000 mexicanos; hay más estudiantes de doctorado extranjeros que estadounidenses. Muchos de los graduados se les otorgan visas de trabajo para que se queden en EE.UU., siendo una realidad que los laboratorios y centros de investigación se verían desiertos de no ser por el aporte de mentes brillantes extranjeras. Otra corriente de pensamiento reza que, en vez de impedirles la entrada, los EE.UU. debería de aprovechar esos cerebros como lo hiciera anteriormente con talento europeo.
Ahora bien, en EE.UU. en pleno siglo XXI, algunas autoridades académicas y gubernamentales, acarician la teoría de conspiración que los estudiantes y científicos chinos reciben también una remuneración a través de Huawei como espías de su gobierno y que cada vez que regresan a China lo hacen con secretos tecnológicos de EE.UU. o que los fines de semana los aprovechan para robar tecnología. Mitos o realidades, el hecho es que la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (WIPO) recibió en 2017, 1.38 millones solicitudes de patentes chinas vs 607,000 de EE.UU. Por otro lado, según la revista Lab Manager, China se ha convertido en el segundo país que más invierte en Investigación y Desarrollo (R&D) en términos absolutos, casi alcanzando a EE.UU., quien participa con el 30% del gasto mundial. Lo más destacado es el ritmo de crecimiento del 18.3% de la apuesta China en R&D, comparado con solo 1.4% para el resto del mundo. Como dato curioso, hace unos días asistí a una reunión de APLU (Association of Public and Land-grant Universities) y escuché a un rector de una universidad “Tier 1” de EE.UU. reclamar que, en vez de preocuparse por proteger su tecnología, deberían de ocuparse en aprender de la tecnología china. Quizás EE.UU., y el mundo entero, debería de voltear a China para emular lo bien hecho y tropicalizar lo posible. ¿Quién da más?
Más allá de la innegable guerra comercial entre los mayores luchadores de Sumo por la hegemonía mundial, quizás el mensaje subyacente sea; ¿qué estamos haciendo en América Latina para no quedarnos fuera de la jugada? Como ejemplo concerniente, es el caso de mi hijo Rodrigo José, quién provocó que se me llenaran los ojos de lágrimas de emoción, agradecimiento y esperanza cuando me comentó que fue aceptado y becado por la Universidad de Nueva York (NYU) para estudiar su carrera en el campus de Shanghái. Si Dios quiere, en un par de años podrá capitalizar su facultad de tender puentes entre “espías” de EE.UU. y China, siendo orgullosamente hecho en México.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán.