Las manifestaciones de Chile, Ecuador, Líbano, Francia y muchos otros tienen el mismo mensaje subyacente; una percepción de injusticia social, de inequidad y de una intricada movilidad social. Existe igualmente un diáfano resentimiento por la reducción de subsidios a los que los pueblos estaban acostumbrados.
Independientemente de si la economía de los países está aletargada o en franco crecimiento, existe un techo de cristal que la masa crítica de los pobladores no puede cruzar. Están estacionados a la mitad de una escalera; hacia abajo ven muchísima gente, pero, al voltear hacia arriba, ven a otros que quisieran alcanzar y no pueden. La narrativa de que la economía ha crecido, que van bien, que ahora son la economía número tal del mundo, que tienen sistemas de transporte que muchos otros sueñan; nada de eso los apacigua. Están resentidos y, francamente, con sus salarios no les alcanza para atravesar el techo de cristal, vivir del otro lado del puente o tener un hogar del lado bonito de las vías del tren. ¡Pareciera que debiese haber una más justa distribución de la riqueza!
En el imaginario de un país ideal, vamos a suponer que los 3 niveles de gobierno fuesen virtuosos y sabedores de lo que se tiene que hacer para que crecer. Virtuosos por obrar con ética, integridad, sobriedad y buscando el bien social; sabedores de cómo aplicar políticas públicas, monetarias, industriales, sociales, fiscales y demás, que responsablemente inviten a la inversión y estimulen la libre competencia y el crecimiento, con total apego al estado de derecho. Consideremos igualmente un sistema educativo holístico que instruya a ciudadanos responsables, talentosos, visionarios, virtuosos y competitivos. Sin duda un escenario así coadyuvaría al crecimiento del país, pero no resolvería del todo el tema de la justa distribución de la riqueza.
Pues bien, según la lista de gente más rica del mundo publicada por FORBES, encontramos que la fortuna del hombre más rico pasó de USD$13,000 millones en 1995 a más de USD$160,000 millones en 2019. ¡Esto es más de 12 veces el PIB de Nicaragua en 2018! Según un artículo publicado el 23 de enero 2019 en El Economista por León Martínez, “entre 2017 y 2018 la riqueza de los millonarios en el mundo se acrecentó a un ritmo de 2,500 millones de dólares diarios, al tiempo que 3,800 millones de personas de entre los más pobres perdieron 11% de su riqueza”. ¡Pareciera que la fórmula actual no da para generar una más justa distribución de la riqueza!
Siempre he pensado que lo más pernicioso de una inicua distribución de la riqueza, no es ni la distancia entre pobres y ricos, ni la concentración misma, sino el poder adquisitivo de la base. ¡En una economía de mercado siempre habrá concentración de riqueza! El reto es que el poder adquisitivo de la base sea justo y suficiente en términos reales y que tengan una verosímil movilidad social. ¡En una meritocracia, la distribución y la movilidad social, en forma inequívoca, debiesen ser el resultado del esfuerzo!
Ahora bien, ¿Quién posee la riqueza económica en el mundo? Fuera de las dictaduras, monarquías, sultanatos y demás sistemas monolíticos, la riqueza la generan las empresas. Según Michael Porter, en EE.UU. el 82.4% de la riqueza la poseen las empresas, el 12.7 el gobierno y el resto a las asociaciones civiles. Entonces, ¿qué hacer para lograr una justa distribución de la riqueza generada por las empresas? De forma simplista, advierto dos caminos que han probado ser exitosos en el ámbito distributivo: el modelo “socialista” de los países nórdicos y el modelo de empresarios virtuosos como Don Eugenio Garza Sada (y muchos otros). Escribo “socialistas” entre comillas porque sus políticas económicas son claramente de libre mercado, pero utilizan los altos impuestos que pagan los empresarios y sus empleados en una patente distribución social. Preciso que les tomó décadas llegar a ese nivel de madurez cívica y de confianza en sus benévolas e incorruptibles instituciones, y que ese modelo difícilmente se pudiera replicar en muchos otros países.
Hablemos de Don Eugenio Garza Sada, de su hermano Roberto, de Don Isaac Garza Garza, su padre. Fueron hombres cabales, virtuosos y conscientes del hermoso privilegio de ser empresarios. Fueron prohombres ocupados del bien-ser y bien-estar de sus trabajadores y sus familias. Se afirmaron como inefables precursores del IMSS, del Infonavit y de la Educación Politécnica en México. Crearon la Clínica Cuauhtémoc y Famosa para brindar servicios médicos a sus trabajadores y a sus familias, construyeron viviendas dignas, pensaron en dar educación a sus trabajadores que no supieran leer ni escribir. Estas ejemplares prestaciones eran a cambio de la productividad de sus trabajadores. Don Eugenio privilegiaba el dar trabajo (justo y digno) en vez de regalar dinero, de dádivas, de esquemas asistencialistas. Con eso en mente, los Garza Sada se dieron a la tarea de generar copiosas fuentes de empleo a través de sus múltiples empresas insignia en México. Fueron empresarios admirados, respetados y muy queridos. Recuerdo de niño los miles y miles de listones negros que colgaban de las puertas de las casas de Monterrey cuando asesinaron a Don Eugenio. ¡Cuántas vidas tocaron y cambiaron con su ejemplo virtuoso y congruente! ¡Cuántas enseñanzas nos dejan para emular su ejemplo! ¡Cuánta gente prosperó en Nuevo León gracias a las empresas de los Garza Sada y logró atravesar el mentado “techo de cristal”!
Habiendo dicho lo anterior, creo firmemente que la democracia y la economía de mercado son el camino difícil y el correcto. También considero humildemente que debe haber un “nuevo contrato social” donde se privilegie el bien común e impere la caridad para con los más necesitados. Los Estados deben trabajar con capacidad e integridad para pavimentar las bases del crecimiento no discriminatorio de las empresas. Las empresas tienen la obligación grave de satisfacer una necesidad rentablemente y con ello, ofrecer oportunidades de empleo digno y bien pagado. Los empresarios debemos saber que no somos dueños de nuestros bienes ni nuestros dones, sino solo administradores de los mismos con la gracia de Dios; y que es imperativo no solo multiplicarlos sino también distribuirlos justamente entre nuestros prójimos. ¡Es una preciosa y laudable encomienda ser empresario!
La historia nunca se equivoca pues habla de lo que ya pasó. Si los empresarios no volteamos a ver y replicar a Don Eugenio, la “Primavera Latinoamericana” o el populismo pernicioso se encargará de arrebatar nuestros bienes encomendados en detrimento de todos.
Escrito por Dr. Eugenio José Reyes Guzmán
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