Son justamente la soberbia y el orgullo las que nos nublan el entendimiento y nos impiden comprender a cabalidad que solos no podemos
La semana pasada, una afligida alumna me preguntó, ¿por qué hay tantos políticos malos? Sin pensar mucho en la multidimensional respuesta le contesté con un aserto del expresidente Calderón: «Porque la gente buena no se compromete con la política». Sin embargo, meditando un poco sobre mi respuesta y pensando en la repercusión de la misma, creo que le pude haber dado un enfoque más halagüeño y optimista, de modo tal que intentaré hacerlo ahora.
Así como una golondrina no hace verano, no es que todos los políticos sean malos, sino que algunos poseen sentimientos y cometen acciones mal intencionadas, irresponsables, mitómanas y hasta aviesas. Lo cierto es que, mientras viva, hasta el reincidente más ruin tendrá la oportunidad de arrepentirse, borrar su estigma negativo y redireccionar su andar. Con ello en mente, debemos con caridad separar a la noble naturaleza de la persona de sus viles actos, con la confianza de que «Dios escribe sobre renglones torcidos».
Pensando en alguien que después de una vida disoluta pudo encontrar el camino, me viene a la mente uno de los cuatro doctores originales de la Iglesia, san Agustín de Hipona. El hombre oriundo de Argelia, de joven perteneció a una secta esotérica y, dejándose llevar por devaneos y pasiones juveniles, vivió en amasiato y procreó un hijo. A pesar de su inmoral comportamiento, su estoica madre, santa Mónica, se inspiró en una frase de san Ambrosio para luchar por él hasta lograr su conversión: «No se puede perder un hijo de tantas lágrimas». Por supuesto que ella no solo derramó copiosas lágrimas, lo acompañó, le dio consejos y rezó mucho por su conversión. Tanto pesar de santa Mónica se explica con una frase que años más tarde pronunciara su propio hijo: «Dios tuvo un hijo en la tierra sin pecado, pero nunca uno sin sufrimiento».
De alguna forma es alentadora la frase del converso santo que afirma: «No hay santo sin pasado, no hay pecador sin futuro». Todos podemos trazar una imagen positiva del mañana, pero nadie puede comenzar una vida nueva a menos que se arrepienta de la vieja. San Agustín, sin embargo, tuvo un nuevo comienzo cumpliendo a cabalidad con dos requisitos indispensables: un sincero arrepentimiento y un firme propósito de enmienda. Muy distinto hubiese sido si en el confesionario se hubiera declarado arrepentido, pero en la práctica no hubiese estado dispuesto a dejar el alcohol, a alejarse de las tentaciones o a abandonar a su amante. Sincerándonos, tanto políticos como seglares caemos constantemente en los mismos errores, pero con voluntad y propósito de enmienda, tenemos la obligación grave de levantarnos después de cada caída. Tocante a ello, san Agustín decía: «Equivocarse es humano, perseverar es diabólico … debes vaciarte de aquello con lo que estás lleno, para que puedas ser llenado de aquello de lo que estás vacío».
Es un hecho que, en ausencia de virtudes, los errores recurrentes se pueden convertir en vicios dominantes y quedarse como amos. Al respecto, hace más de 1,600 años el santo de Hipona en tono esperanzador afirmó: «Nuestros propios vicios, si los pisoteamos, nos sirven para hacernos una escalera con qué remontarnos a las alturas». Y con la misma línea de pensamiento el interfecto advirtió no acercarse al fuego a quien se viera tentado y sentenció: «La abstinencia completa es más fácil que la moderación perfecta … el hábito, si no se resiste, pronto se convierte en necesidad».
Más aún, para lograr un cambio verdadero es preciso humildad y por ello el doctor de la Iglesia advertía sobre la ausencia de dicha virtud diciendo: «La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano». En el mismo sentido, tajante declaró: «Fue el orgullo lo que cambió a los ángeles en demonios; es la humildad la que hace ángeles a los hombres». Con humildad debemos de pedir fe y sabiduría para discernir ya que, a plata pura, somos demasiado débiles para descubrir la verdad por la sola razón.
Son justamente la soberbia y el orgullo las que nos nublan el entendimiento y nos impiden comprender a cabalidad que solos no podemos, todos precisamos de ayuda, pero hay que pedirla y recibirla como niños. Así es: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Asimismo, san Agustín habló siempre de un binomio simbiótico entre el hombre y su Creador: «Haz lo que puedas y reza por lo que no puedas hacer … ora como si todo dependiera de Dios, pero trabaja como si todo dependiera de ti». Dicho de una manera simple y clara: «Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayudará para que puedas».
En suma, otra característica de una persona que lucha es el optimismo pues la tristeza es el resultado directo o indirecto del pecado. De hecho, San Agustín invitó a perseverar con entusiasmo declarando: «Dios lo que más odia después del pecado es la tristeza, porque predispone al pecado».
Espero que estas líneas, pletóricas de pensamientos de un gran santo, sean para mis alumnos, amigos, familiares y para uno mismo como un faro de esperanza sobre un mundo convaleciente. Concluyo con una más de las citas del santo: «Es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él, pues quien cojea, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras que quien va fuera de él, cuanto más corre más se aleja».
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán