FIRRMA es un esfuerzo para impedir que compañías extranjeras, principalmente chinas, adquieran o inviertan en sectores como tecnologías estratégicas.
A poco más de un año de haber tomado posesión como el presidente número 45 de los EE.UU., Trump reformó una ley que regulaba la Inversión Directa Extranjera (IDE) con la intención de ampliar el espectro de «seguridad nacional». A partir del 13 de febrero de 2020, en plena contingencia por el COVID-19 y a pesar de la imperiosa necesidad de atraer capitales extranjeros, entró en efecto la versión final de lo que ahora se llama «Foreign Investment Risk Review Modernization Act» (FIRRMA). Contrario a lo que dicen las teorías macro económicas, FIRRMA es un esfuerzo para impedir que compañías extranjeras, principalmente chinas, adquieran o inviertan en sectores como: tecnologías estratégicas, infraestructura y datos personales. La administración Trump ha amenazado incluso con impedir que empresas chinas puedan cotizar en las bolsas de valores estadounidenses. Aunque estas medidas claramente desincentivan la IDE, los EE.UU. siguen siendo el país que más inversión atrae, pero después de tanto «strike», China pudiera pedir base por bola.
En el año 2018 el país de donde es oriundo Trump, recibió USD$254 millardos de IDE, refrendando la perspectiva de crecimiento y la atracción del mercado norteamericano. El nivel de IDE es impresionante al compararlo con Francia y Alemania quienes recibieron ese mismo año USD$37 y USD$12 millardos respectivamente. Sin embargo, China, incluyendo Hong Kong, atrajo USD$243 millardos, solo 3.5% menos que el principal socio del Tratado de Libre Comercio entre México, EE.UU. y Canadá (T-MEC), provocando el levantamiento de cejas de los norteamericanos pensantes. Ciertamente parece que el perfume de China ha desviado la mirada del apátrida, desmemoriado, infiel e irreverente capital extranjero.
Hace unos días mientras el presidente Trump armaba un galimatías culpando a China por el COVID-19 e ideando cómo reactivar una guerra comercial, Elon Musk, dueño de Tesla, amenazaba al gobierno de California con retirar sus oficinas corporativas si no le permitían volver a operar su fábrica en Fremont. Como todo empresario, entiende que el tiempo es oro, que no se puede desperdiciar ni obviar. Igualmente tiene por cierto que no hay amigo despreciable ni enemigo pequeño y, con una sólida base empírica, desarrolla un corazón de condominio construyendo una mansión a uno y para el otro, una casa chica. Justamente el año pasado Musk construyó una mega planta cerca de Shanghái de la cual es 100% propietario. Lo más destacable de dicha inversión no fue su ingente monto, ni la unicidad de la participación accionaria, sino el hecho que fue construida preponderantemente para el mercado nacional. No por nada dijo Napoleón Bonaparte a finales del siglo XVIII: «cuando China despierte, el mundo temblará».
Qué ironía, los EE.UU. se están enfrentando ante el peor nivel de desempleo desde la Gran Depresión y una ayudadita de parte de inversionistas no le caería mal a ese país. Sería FIRRMA, Trump, o una combinación de factores, lo cierto es que el año pasado, China recibió tres veces más IDE norteamericana de lo que invirtió en los EE.UU. Lo peculiar de la inversión norteamericana es que, a diferencia de los últimos 40 años, ahora procura más la masa crítica de 1,400 millones de chinos, que abaratar bienes de consumo o productos intermedios para el mercado de EE.UU. Pareciera que la realidad se pierde en el debate y nubla el entendimiento de los tomadores de decisiones. Qué caso tiene una guerra comercial si, a final de cuentas, aquello por lo cual pelean se resolverá orgánicamente ahora que China ha despertado.
Es un hecho que los gobiernos podrán atraer la inversión vía impuestos, tarifas e incentivos varios. Pero, así como en el gallinero el gallo canta cuando quiere a gallina, quien define cuando y donde invertir es la empresa y no el gobierno. Todo indica que, a la hora de buscar el mejor país para invertir, los capitales internacionales tararean aquel estribillo de la canción de José Alfredo Jiménez que clama «con dinero o sin dinero hago siempre lo que quiero».
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán.