Alguna vez me dijo mi amigo Eduardo Shelley que «cuando dos elefantes pelean, sufre la hierba, y también las hormigas»
El representante de comercio de los EE.UU. Robert Lighthizer, comentó a finales del año pasado ante la cadena de noticias CBS que su objetivo era buscar la manera de integrar su sistema económico con el de China. Sin embargo, algunos meses después, el villano favorito para el gurú comercial de los EE.UU. fue nuevamente China y ahora, su enfoque principal estriba en intentar repatriar los trabajos manufactureros y procurar ser autosuficientes. La contienda internacional por este tipo de trabajos y el anhelo por una mayor soberanía en insumos fueron ambas promesas de campaña del presidente Trump. Después de todo, si a los niños se les inculca la autosuficiencia, ¿por qué a las naciones no? Francamente, ambas promesas son parcialmente utópicas, aunque recurrentes en discursos políticos que reavivan el fuego nacionalista y la propensión bélica norteamericana.
Alguna vez me dijo mi amigo Eduardo Shelley que «cuando dos elefantes pelean, sufre la hierba, y también las hormigas». En plena pandemia, dicha guerra paquidérmica entre EE.UU. y China está afectando al mundo entero, ya que ambas naciones pregonan lo que dice el Evangelio según san Lucas: «ningún siervo puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro». Entre la toma y daca de los dos grandes punteros y, ante una franca desglobalización, algunas naciones están haciendo amarres y jugando sus cartas para tomar ventaja o, a diferencia de la hierba y las hormigas, salir bien libradas.
Entre los países que figuran en medio del pleito está Australia quien es aliada de EE.UU. en términos de seguridad y de China en el rubro comercial. De frente a la retórica ofensiva del presidente Trump, China ha puesto a prueba la lealtad de Australia recordándole que el 38% de todos los estudiantes internacionales y el 15% de todos los turistas son oriundos del país del sol naciente. Más aun, considerando que el 38% de las exportaciones de Australia van a China, quizás a la nación de los canguros le venga a bien recordar una frase de Mahoma que reza «aquel que no agradece un favor pequeño, no agradecerá uno grande». El país oceánico con solo 25 millones de habitantes ha jugado bien sus cartas y en 2018 recibió USD$60,000 millones en inversión extranjera directa, más del doble que México. Tan cierto es para las naciones como para las personas que uno no obtiene lo que merece, sino lo que negocia, todo indica que Canberra tendrá que negociar con quien lo quiera, al menos económicamente hablando.
Para India, la batalla entre EE.UU. y China le abre las puertas para captar a empresas internacionales que estarían abandonando a China. Cuando el mundo se enteró de que China tendría que aislar a Wuhan y detener al sector productivo, inmediatamente pensaron en reubicar sus centros de trabajo para no interrumpir sus cadenas de valor. Desde entonces, el primer ministro Narendra Modi, ha estado coqueteando con quien esté dispuesto a invertir al menos 500,000 dólares, ofreciendo a cambio incentivos tributarios, obsequiando terrenos y beneficios en infraestructura. La quinta economía más grande del mundo ha tenido que reconocer que tendrá un decrecimiento de su Producto Interno Bruto (PIB) por primera vez en 40 años, así es, cuatro décadas habían aumentado su bienestar ininterrumpidamente. El país que está a punto de convertirse en el más poblado del mundo, estima poner a disposición de los apátridas inversionistas, una población económicamente activa de mil millones de indios para 2050. Más aún, el terruño de Gandhi, con su estrategia de «Hecho en India» está desarrollando un parque industrial del tamaño del estado de Nueva York, donde aportará el terreno con todos los permisos listos y el 25% de la inversión a quién reubique sus plantas productivas desde China. Todo indica que India está copiando al pie de la letra la estrategia de atracción de inversión extranjera de «conecta y reproduce» (plug & play) que tan bien le ha resultado a China.
Mientras tanto, México increíblemente ha obligado a sus socios del Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea (TLCUE) y al gobierno de Canadá a escribirle sendas cartas oficiales de reclamo por la cancelación de contratos en marcha de energías limpias. Es inenarrable la falta de oficio de México al retar al límite a su principal socio comercial por haber extinguido, entre otros, una inversión en ciernes de la planta cervecera de «Constellation Brands». A diferencia de la estrategia de atracción de inversión de India y Australia, sinceramente es difícil comprender la maniobra federal mexicana. Por un lado, el escritor español Gaspar Melchor de Jovellanos decía que «el verdadero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes.» Por otro lado, Aristóteles afirmaba que, «entre las virtudes del gobernante, está el privilegiar la forma práctica de entender la política guiada por la conveniencia del bien común». La georreferencia de México con respecto al mercado más grande del mundo y la atracción de su mercado interno, quizás no sean suficientes para compensar la falta de certeza jurídica y, más aun, la inexistente transparencia en las reglas del juego para la inversión directa extranjera.
Después del COVID-19 solo Dios sabe cómo resurgirán las naciones y sus empresas. Según el Fondo Monetario Internacional, a excepción del caso atípico de la pequeña Guyana, ningún país americano crecerá en 2020. Las mismas funestas predicciones aplican para todo Europa. Solo algunos países asiáticos y africanos, arrastrados por China tendrán un tímido crecimiento este alicaído año virulento. Las arcas de los países estarán saqueadas y la deuda externa conjunta, según el Instituto de Finanzas Internacionales, se incrementará en USD$87 millones de millones, más de cuatro tantos el PIB de EE.UU. Con todo ello en cuenta, tal vez tenga sentido que el gobierno mexicano humildemente escuche a Aristóteles y emule las buenas prácticas de atracción de inversión extranjera de la India procurando el bien de los pobres.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán.