En las elecciones de 2021, tendremos que gritar a los siete vientos que México es uno solo, que todos navegamos el mismo mar
América Latina fue el campo de batalla ideológico entre el capitalismo norteamericano y el comunismo ruso durante la segunda mitad del siglo XX. En algunos países, los protagonistas de la guerra fría instalaron gobiernos aliados y afines ideológicamente, aunque eso implicara apoyar a gobiernos autoritarios, dictatoriales e irrespetuosos de los derechos humanos. Tales fueron los casos de golpes de estado de Pinochet en Chile, Videla en Argentina, Banzer en Bolivia y Stroessner en Paraguay, apoyados por la Operación Cóndor norteamericana con el objetivo de detener o impedir el avance del comunismo. Es irónico cómo EE.UU., el gran defensor de la democracia, so pretexto de combatir al comunismo, indujo, o al menos permitió, una eutanasia temporal de la misma en algunos países de América Latina.
Históricamente, al menos en los países hispanos de América, tres de cada cuatro democracias terminaban por causa de un golpe militar donde el ejército con sus tanques de guerra y armas, sometían a la sociedad y la «liberaban» de sus verdugos democráticamente electos. Con el devenir de los años y un mundo más alerta y consciente, las democracias han sido presa de otro tipo de ataques donde un líder autoritario utiliza los mismos medios democráticos para acabar con ellos. Un claro ejemplo es lo que sucedió el seis de enero en el vecino país del norte.
A raíz de los disturbios en el capitolio, los medios de comunicación sonaron fuertes campanas de alarma anunciando el fin de la democracia. Quien sabe, quizás si el vicepresidente Mike Pence, quien también preside el senado, hubiese obedecido a su jefe o si Mitch McConnel, líder de la mayoría republicana en el senado hubiese negado el resultado del colegio electoral, otro gallo antidemocrático cantaría. Lo cierto es que la democracia estadounidense estuvo siendo atacada con la elección legítima en las urnas, por primera vez en 200 años, de un líder mesiánico y paranoico. El obtuso presidente Trump, es igualmente un formidable comunicador en un lenguaje llano e hiperbólico, entrenado para elucubrar sobre teorías conspiranoicas y complots. El hombre del peluquín, posee una singular habilidad de identificar al establishment como el presunto culpable de los agravios del pueblo. Se pudiera decir que ha sido él y su régimen autoritario, quien evisceró un gobierno populista erosionando subrepticiamente la lánguida democracia.
El presidente fue intolerante contra quienes llamó sus enemigos y utilizó la letra de la constitución para violar el espíritu de la misma, utilizando el poder ejecutivo y decretando «seguridad nacional» para salirse con la suya. El timonel norteamericano supo capitalizar el miedo y la desesperación de los republicanos blancos y pobres al sentirse amenazados por minorías crecientes, y se posicionó como el único salvador. Trump comprendió que le sería rentable crear división entre unos y otros. Curiosamente fue un fenómeno sicológico ya que uno de cada cuatro votantes republicanos lo consideraban incapaz de gobernarlos. Así es, Trump no era la persona más brillante ni más carismática y quizás su misma incapacidad e ineptitud para gobernar, pudo haber abonado a blindar la democracia norteamericana.
Caray, si el país con la incólume constitución más antigua del mundo, 1787, y estandarte de la democracia planetaria estuvo bajo ataque, ¿qué pudiéramos esperar de nuestras realidades? ¿será que la democracia es circular y está determinado que las naciones inexorablemente la traicionarán, la negarán y le darán la espalda? ¿pudiera ser que las democracias, dadas las condiciones, ingratamente olviden el alto costo que tuvieron que pagar para conquistarla? Algunos gurús de la geopolítica como Ann Applebaum, Steven Levitsky y Timothy Garton Ash han abordado ampliamente el tema. ¿Qué lecciones pudiéramos aprender para México?
Primeramente, dichos pensadores argumentan que las dos mejores armas para blindar una democracia son su antigüedad y la salud económica del país. En cuanto a años de madurez cívica, una escuela de pensamiento sostiene que, a diferencia de varios países en Latinoamérica donde ha habido golpes de estado, dictaduras militares y guerras civiles, todos los presidentes mexicanos desde 1930, han completado sus seis años de mandato. Otros politólogos argumentan que no fue hasta el año 2000, cuando llegó al poder el primer presidente no PRIista, Vicente Fox Quesada, terminando con 71 años de lo que el escritor peruano Vargas Llosa llamó la «Dictadura Perfecta», cuando México acarició por primera vez a la democracia.
En cuanto a solidez económica como sostén de la democracia, se pudiera decir que México está en un inminente riesgo. Con datos del Banco BASE, la recuperación completa podría darse entre 2024 y 2026 y entre 2028 y 2039 midiendo el Producto Interno Bruto por habitante; hasta dos décadas perdidas, una verdadera desgracia y una bomba de tiempo lista para ser detonada por una sociedad desigual y con menguantes oportunidades. Si a ello le sumamos la eliminación de organismos autónomos, la mayoría en el congreso y senado del partido del presidente, los programas clientelares y la retórica populista de las mañaneras, sí pudiera ser el preludio de una muerte anunciada para la embrionaria democracia mexicana. Siendo así, tendremos como mexicanos que reforzar la esperanza y repetir la frase de Tolstoi: «El más fuerte de todos los guerreros son el tiempo y la paciencia».
Indistintamente de si son 110 o solo 20 años, lo que es un hecho es que la democracia mexicana no está garantizada y habrá que cuidarla y defenderla; decisión por decisión y palabra por palabra. Ni la constitución de 1917 por si sola podrá ser garante de la democracia y los partidos políticos tampoco podrán constituirse en contrapesos sin la ayuda de una sociedad civil unida. De alguna forma hay que destacar entre los desfavorecidos que el enemigo a vencer no son los ricos, los educados ni los conservadores, sino el autoritarismo que inequívocamente producirá mayor pobreza, desigualdad y dolor.
En las elecciones de 2021, tendremos que gritar a los siete vientos que México es uno solo, que todos navegamos el mismo mar, que el bien es universal y que nuestra condición humana invita a un excelso bien mayor. Los mexicanos y los partidos no debemos ni remotamente acariciar una visión apocalíptica sino todo lo contrario, tenemos que creer vehementemente que somos los anticuerpos que necesita la democracia para ganar en las próximas elecciones por el bien de todos los mexicanos.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán