Pensemos en un mundo similar al de la película de 1978 “Los Niños del Brasil” donde genéticamente se modificaron los óvulos fecundados para que los niños nacieran con una predeterminada información biológica: altos, fuertes, inteligentes, bien parecidos, sin defectos y “perfectos”. En ese mundo idílico, los países no tendrían que destinar tantos recursos a medicinas ni servicios de salud pues la población no se enfermaría, los trabajadores serían física e intelectualmente más productivos, los atletas serían más rápidos y la raza humana sería cada vez más perfecta. Ante esta ciencia ficción, quizás no habría racismo al ser todos iguales, no habría pobreza, todos tendríamos las mismas oportunidades, el ser humano no contaminaría, dejaría de ser el gran depredador y no existiría el dolor. ¡En el imaginario subreal suena muy bien!
La idea de crear superhumanos es ya técnicamente posible. Se han realizado exitosamente operaciones de columna en fetos en el vientre de sus madres, reemplazado un ojo por una cámara de alta definición, instalado marcapasos para corregir o producir el latido del corazón o implantado órganos artificiales que dependen de chips y electricidad.
Todo lo anterior son noticias alagueñas pero conllevan un enorme riesgo condicionado por la sobervia humana carente de límites, valores éticos y virtudes. Pues bien, existe una rama de la filosofía llamada eugenesia la cual se encarga de “mejorar, adelantar y aplicar la selección natural” y tiene como fin último eliminar a todos los seres vivos cuya genética sea defectuosa o incorrecta. Cada vez son más personas quienes hacen eco del concepto de que habría de “liberar” al ser humano de su naturaleza fragil, imperpecta, limitada, vulnerable y enferma; habría que repensarlo y reconstituirlo antropológicamente en un “nuevo ente”. La eugenesia es una galimatías llegando al extremo de recrear al humano en un organismo cibernético mitad materia viva y mitad dispositivos electrónicos; en un conjunto de células asexuadas; en humanoides, ciborgs o avatares; donde se pone en tela de juicio las palabras “ser” y “humano”.
Aunado a la eugenesia, está en creciente voga una corriente científica que combina la nanotecnología, la biología, la tecnología de la información y la neurociencia llamada Transhumanismo o Posthumanismo. Su intención es construir una sociedad “posthumana” liberada de las limitaciones humanas y de atavismos dicotómicos irreconciliables: masculino o femenino; animal o humano; natural o artificial; humano o máquina; hijos de Dios o producto de una extraña metamorfosis molecular.
En el argot marítimo y utilizando un anglisismo, existe desde años inmemorables un concepto llamado “actos de Dios” y se refiere a todos los fenómenos metereológicos que exhoneran al ser humano de la responsabilidad al no considerarse imputables a un error o falta de juicio al conducir la nao por parte del capitán. Se puede sin duda, con cierto margen de error, predecir las condiciones climatológicas, más no así cambiarlas del todo y menos a nivel mundial; eso obedece y es privativo de un orden natural donde algunos de los actores son lo que los Aztecas consideraban deidades; el sol, la luna y el viento. La humanidad siempre ha sabido que somos solo un actor más dentro del círculo de la vida, un protagonista en el planeta tierra, un elemento en el sistama solar; más no somos el Creador y que atentar contra la ley natural, es atentar contra la ley de Dios.
No se puede denostar la relevancia del progreso científico aplicado al cuidado y mejoramiento de la salud y de la vida humana. Asimismo coincido a cabalidad con Lázaro Taméz Guerra quien alerta que es incorrecto y sumamente peligroso caer en la irresistible tentacion de pensar que “todo lo que sea técnicamente posible debe ser intentado”, sin estar acotado por un marco ético y moral. El preceso orgánico de selección natural que ha imperado en el planeta a lo largo de miles de años, escoge a los más fuertes, más aptos, más hábiles; a los mejores para que sean ellos quienes genéticamente se encarguen de preservar la especie. Quizás la tesudez y la sobervia de quienes en forma radical creen en forma absoluta en la eugenasia y el transhumanismo pretendiendo reemplazar a Dios como creador, suprima la selección natural y resulte en el principio del fin del lado antropológico de la especie humana.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán.