El COVID-19 ha puesto de manifiesto la escasa recaudación, como diciendo «éramos muchos y parió la abuela»
Hace unos días escuché de un alto ejecutivo del gobierno de Nuevo León que, si la pandemia se salía un poco de control, el estado no tendría recursos, ni quien le prestara. Para explicar la falta de presupuesto, habría que entender que «amar es tiempo perdido, si no es correspondido». Al respecto, al estado solo le regresan 17 centavos de cada peso recaudado en impuestos federales. Más aún, si consideramos las cifras de la Conferencia Económica para América Latina, la recaudación federal mexicana es solo 17% del Producto Interno Bruto (PIB), comparada con el 34% promedio de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Ahora que Nuevo León precisa reactivar la economía, sus recursos son insuficientes ya que le regresan poco de lo poco que recauda. El COVID-19 ha puesto de manifiesto la escasa recaudación, como diciendo «éramos muchos y parió la abuela».
El panorama para México en 2020 parece dantesco con 10% de decrecimiento del PIB, la quiebra del 25% de las empresas y cerca de 2 millones de desempleados. De la crisis nadie se salva, sin embargo, no todo es medido con la misma vara. Muchas empresas grandes saldrán adelante con recursos propios, por su capacidad de levantar capital e incluso, haciendo algunas un cabildeo característico de un capitalismo clientelista. Como todo en la vida, «al perro flaco no le faltan pulgas» y son las heroicas PYMES las más vulnerables. A pesar de ello, en México hay una clara brecha en apoyo financiero a las PYMES siendo apenas el 0.2% del PIB, comparado con 3.4% en EE.UU. y 4.2% en Alemania. ¿Cómo entonces se podrá ayudar a las PYMES, cuando el gobierno estatal no tiene recursos y el federal no quiere darlos?
Supongamos una intención sabia y benevolente; elevar en México la recaudación fiscal a niveles de Suecia donde la palabra impuestos, «skatt», también significa tesoro, no es opción. Por una parte, hasta antes de la pandemia, el 60% de los trabajadores mexicanos laboraban en la informalidad. Por otra, según el Ranking de Confianza de Instituciones Mitofky 2019, el nivel más bajo, 5.3 sobre 10 lo tienen los diputados, quienes determinan el presupuesto de egresos. Más aún, con un nivel de deuda contra PIB de 54%, sería razonable apalancarse e invertir en estimular la economía con políticas contra cíclicas, pero tampoco es opción por la tozudez del gobierno federal. Pareciera que la redención de los pecados del COVID-19 deberían descansar en acciones de las grandes empresas tractoras mexicanas.
Existe un concepto japonés de agrupación empresarial llamado «Keiretsu» donde, quienes lo configuran, mantienen relaciones comerciales y accionarias. Las empresas entrelazadas que conforman la cadena de valor, comparten estrategias de largo plazo, compran y venden entre ellas a precios razonables, se benefician de los mismos consejeros y se cuidan unas a otras. Entre las empresas de un «Keiretsu» no aplica la frase de John F. Kennedy cuando dijo que no se puede negociar con quienes piensan que «lo mío es mío y lo tuyo es negociable». En un «Keiretsu» no quiebran las PYMES y sobreviven las grandes ya que las ganancias son compartidas, pero también el riesgo. En ese modelo de agrupación, las PYMES clientes y proveedores gravitan cual satélites al derredor de la empresa tractora, quien vela por ellas. Es una forma de blindar las relaciones a prueba de balas donde la lealtad a la empresa pivote, se da por antonomasia.
Soñemos por un instante que una gran empresa tractora apoyara con capital de trabajo a sus proveedores y que pagara de contado en vez de 120 días. Imaginemos que los clientes de una empresa grande tuviesen por default términos de venta favorables y precios competitivos. ¿Qué pasaría si la empresa grande, con visión de largo plazo, estuviese dispuesta a ofrecer créditos a sus clientes? Pensemos que la empresa extendiera los beneficios de economías de escala no solo en bienes o servicios de terceros, sino con los propios. Esbocemos una gran empresa distribuyendo voluntariamente parte de sus utilidades entre sus colaboradores. Pudiera ser que, en forma proporcional, entre todas las empresas financiaran a varias asociaciones. En fin, todo eso y más, es un Keiretsu.
Hace unos días platicando con un compadre, me compartió parte de un discurso de un líder empresarial que sentidamente arrepentido reconoció su pecado de omisión. Dicho personaje declaró que los empresarios, grandes y pequeños, tuvieron en sus manos, de su lado y como fieles aliados al grueso de los trabajadores mexicanos y no los supieron valorar. No hubo la confianza o la cercanía que generara la lealtad, el respeto y la admiración de los trabajadores para con sus patrones. Tristemente los yates privados, aviones, mansiones y excesos trazaron una brecha infranqueable entre unos y otros. No se puede regresar el pasado, pero sí se debe pensar en un nuevo sistema capitalista donde prevalezca un «Keiretsu» a la mexicana.
Las empresas, independientemente de su tamaño, son el motor de toda economía y es mandatorio revalorarlas ante la sociedad. Sin empresas no habría trabajo ni impuestos y reinaría la anarquía. A la luz de ello, ¿Qué pasaría si hubiese para todos los trabajadores y sus familias, clubes recreativos de primer nivel financiados por cuotas proporcionales de las PYMES satelitales y subsidiados por las tractoras? ¿Y si hubieses becas educativas en todos los niveles, condicionadas a calificaciones, para colaboradores y sus familias? ¿Y si los beneficios de la Asociación Nacional Pro Superación Personal A.C. (ANSPAC) se extendiera a las PYMES satelitales? ¿Qué tal si, dentro del «Keiretsu» mexicano hubiese un banco cuyo principal interés fuese el desarrollo de todas las empresas anudadas, manteniendo su propia rentabilidad? ¿Y si hubiese un sublime programa de desarrollo de proveedores?
Como colofón, no se puede ser todo para todos y difícilmente las empresas grandes podrán apoyar a todas las PYMES. Con datos de la Secretaría de Desarrollo y Trabajo, el encadenamiento de las PYMES con las tractoras es del 16% en manufacturas y 38% en comercio. Quizás podamos comenzar con aquellas que son parte de su cadena de valor.
A plata pura, no somos dueños de nada sino meros administradores con la obligación grave de multiplicar los dones encomendados favoreciendo el bien común con la impronta de valores y virtudes. Tal y como aprendimos en el Evangelio de esta semana «apacienta a mis ovejas», las ovejas de las empresas son sus empleados, clientes y proveedores.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán.