El año 2019 fue el más violento que se tenga registro desde la época de La Cristiada con 34,842 homicidios dolosos
Eran finales de los ochenta cuando mi amigo Dano González, en esos años un joven imberbe y audaz, viajó entusiasmado a Colombia por cuestiones laborales. Caminando por la calle experimentó en carne propia la explosión de un coche bomba y el pavor de los desconsolados transeúntes. Ese querido y hermoso país hermano vivió durante 60 años una compleja, multidimensional e inhumana guerra de guerrillas que acabara con la vida de 261,619 personas, 82% de ellos civiles. Hoy en día, el fantasma del conflicto armado colombiano, el más longevo en América Latina (1958-2018), aún atormenta a su población civil con la memoria de difuntos seres amados y la afectación directa o indirecta de millones de personas. Más aún, en las regiones del país más afectadas por los enfrentamientos armados, la resiliente población no olvida, no ha sanado sus heridas y habla de un antes y un después.
El proceso de paz en Colombia ha sido tan profundo, polémico y complicado como el conflicto armado mismo y no se puede hablar de un héroe o redentor único, ni un solo punto de inflexión. Lo que sí es un hecho, es que la iglesia católica ha jugado sistemáticamente un rol fundamental como bisagra entre las partes y mediadora moral para dialogar y acordar entre ellas. Naturalmente no ha sido la única intercesora, pero orgánicamente aboga por la falta de oportunidades y la recurrente violación a los derechos humanos de la población y su actuar se basa en el valor sagrado e inalienable de la defensa de la vida.
Otros dos sublimes y laudables ejemplos donde en años recientes la Iglesia a utilizado todo su andamiaje diplomático para lograr la paz, han sido el fin de la guerra fría entre el capitalismo y el comunismo y la terminación del embargo comercial a Cuba.
Hablando de la guerra fría, la práctica del comunismo contagió entre 1914 y 1991 a naciones de cuatro continentes, notablemente a China, Corea del Norte y Cuba. Con datos de «El libro negro del comunismo» publicado por Harvard University Press, se estima que esa romántica, pero perversa ideología provocó la muerte por inanición más de 100 millones de personas. Esto es más que las muertes en la primera y segunda guerra mundial juntas.
Pues bien, en los años ochenta, el Papa Juan Pablo II, con la mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios, escuchó a su ejército diplomático de sacerdotes, monjas y laicos católicos que le hablaban del sentir del pueblo. El ahora santo, supo capitalizar su autoridad moral y la confianza y admiración ganada a pulso, para convocar, abiertamente y en privado, a otros dos líderes virtuosos de su tiempo que compartían su mismo anhelo. En EE.UU., el expresidente Reagan, un excelso orador, había adquirido una buena reputación con su exitosa política macroeconómica intitulada Reaganomics. Por otro lado, en el Viejo Continente, «La Dama de Hierro», Margaret Thatcher, con su carisma y férrea determinación, había conquistado los corazones de los británicos al socavar al longevamente pendenciero sindicato minero. Ellos tres trazaron un plan.
Aunque la triada concurría en el mismo objetivo, precisaban de un aliado en la misma Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. El jefe de Estado de la Unión Soviética de 1988 a 1991 era Mijaíl Gorbachov. Ese timonel ruso de origen humilde, fue el responsable de impulsar subrepticiamente unas políticas de apertura, Glasnost, y de relajar el control del gobierno sobre la economía soviética por vías de una reestructuración, Perestroika. Dichos cambios incluían la eliminación de resabios represivos, hasta entonces inauditos, permitiéndole a la población mayor libertad de expresión y religión.
La inequívoca historia nos narra que fue un esfuerzo colegiado de una mujer y tres hombres, quienes derrotaron la, hasta entonces infranqueable, amenaza constante de la guerra fría. Claro, dado su trascendental impacto, sería ingenuo e iluso pensar que no recibieron ayuda de Dios. Como dato curioso, el año pasado, a sus 88 años, sin tapujos, estigmas, complejos o remordimientos, el mismo Gorbachov reconoció en una entrevista que: «No puede haber libertad sin libertad espiritual». Asimismo, confesó ante Shuller´s Hour of Power que prácticamente todas las personas de su familia eran cristianas y que el renacimiento de la iglesia ortodoxa rusa desde la caída del comunismo era: «Una de las mayores ganancias de la Perestroika». Subrayo, nada en la vida es casualidad.
Años más tarde, en el continente americano, nuevamente la diplomacia del Vaticano en la persona del Papa Francisco logró sentar en la mesa a los expresidentes Obama y Castro. Según declaraciones de la Casa Blanca, el Santo Padre jugó un rol crucial en negociaciones secretas entre esas naciones antagónicas y ofreció al Vaticano como una sede neutral para los acuerdos reconciliatorios. Como resultado, en 2016, Obama se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar la isla después de casi noventa años, se reabrieron los vuelos comerciales entre ambas naciones y permitieron a los norteamericanos visitar esa ínsula caribeña. Aunque el expresidente Trump, un año más tarde volvió a imponer restricciones a los vuelos de estadounidenses a Cuba, afortunadamente no se atrevió a modificar otros acuerdos logrados por la intercesión del Papa Francisco.
Dicen que lo peor que le puede pasar a la paz es darla por descontada. En definitiva, algunos rusos valorarán el ya no tener decenas de millones de muertes por hambre, muchos cubanos apreciarán el oxígeno económico a través de remesas y la mayoría de los colombianos agradecerán la patente paz social. Para quienes conocen la historia verdadera, supongo que estarán igualmente agradecidos con la Iglesia por su rol como mediadora.
¿Y cómo estamos en México en el rubro de paz? El año 2019 fue el más violento que se tenga registro desde la época de La Cristiada con 34,842 homicidios dolosos. En comparación a los países mencionados y con datos de la Oficina de Drogas y Crímenes de Naciones Unidas (2018), en el país ocurrieron 29.07 asesinatos por 100,000 habitantes, comparados con 25.34 en Colombia, 8.21 en Rusia y 4.99 en Cuba. El tema es ¿cómo estaríamos sino fuera por la valiente y siempre presente actividad diaria de parte de la Iglesia?
La semana pasada tuve la oportunidad de conversar un rato con David Noel y un obispo auxiliar. Ambos coincidieron en que el aporte que hace la Iglesia para mantener la paz social o evitar que se descomponga aún más, es insustituible. Como dato interesante, Monseñor comentó que muchos alcaldes ateos piden constantemente a la iglesia católica que edifique un templo y mande a algún sacerdote a una colonia o barrio conflictivo.
En este mes de febrero, espero y confío que los empresarios, políticos, académicos y la comunidad en general no demos por descontada la contribución de la Iglesia a la paz social a la hora de la colecta.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán