Las redes sociales se han convertido en el tejido que soporta a la sociedad moderna, capaces de cambiar el resultado de las elecciones, de educar o desinformar
Hace unos días me compartieron un video de David Águila llamado «La crisis de los mexicanos» donde hablaba de dos áreas de oportunidad para el país, ambas íntimamente ligadas: educación y aprovechamiento del tiempo. En el tema educativo hacía una firme crítica a las televisoras que, con sus telenovelas mentalmente circunscritas, han llenado la mente de los ciudadanos de ideas surrealistas y temas poco productivos e intelectualmente retrógradas. Por otro lado, hace un llamado a cambiar la frase de «échale ganas» por «échale tiempo», precisando que la primera frase es difusa y efímera mientras el tiempo se puede medir. Ahí es donde concluye con un exhorto de aprovechar la vida aprendiendo en la universidad más grande que jamás ha existido en el planeta, el Internet y sus redes sociales.
Naturalmente, los usuarios, apegados a su libre albedrio, aprovecharán o derrocharán el tiempo invertido en la mayor universidad virtual. Las redes sociales tendrán siempre esa dualidad binaria: o son benditas por sus beneficios o perversas por el daño provocado, aunque en ocasiones fuera auto infligido. A través del Internet uno puede ver documentales en YouTube o estudiar en plataformas como Coursera, Khan Academy, EdX y muchas otras. Igualmente, por medio de las mismas plataformas, los usuarios eligen seguir a fútiles influencers, estar al tanto de los implantes de las Kardashian o malgastar el tiempo en adictivas series de Netflix que incitan a una maligna respuesta de estrés y recompensa. A ese flagelo al conocimiento, el profesor estadounidense Robert Proctor, acuñó la palabra agnotología, como el estudio de la ignorancia o duda culturalmente inducida a través de mentiras, verdades a medias y noticias falsas o tendenciosas.
Las redes sociales se han convertido en el tejido que soporta a la sociedad moderna, capaces de cambiar el resultado de las elecciones, de educar o desinformar y empoderar o destruir a personas, familias y hasta la democracia misma. Es alarmante su popularidad en el 90.4% de los millennials, 77.5% de la generación X y hasta el 48.2% de los baby boomers. Así es, hablando de la mayor red, si Facebook fuera un país, sería el más poblado del mundo con 2,740 millones de usuarios y habría que sumarle los 1,000 millones en Instagram y los 700 millones de WhatsApp. Es una escalofriante realidad, Mark Zuckerberg, a sus 36 años y con una fortuna personal de USD$101 millardos, tiene la capacidad de influir en más de la mitad de la población mundial, por encima de cualquier presidente.
Antes de las redes sociales, las personas recurrían a libros y tabloides para aprender, conocer y estar enterados. Tristemente, para el mexicano promedio, el aprendizaje a través de libros y periódicos reconocidos, no ha tenido el impacto deseado o necesario. Con datos de la UNESCO, México ocupa el ingrato lugar 107 de 108 países en el ranking de «hábitos de lectura». Ya lo decía el poeta alemán Heinrich Heine: «Donde se queman libros se terminan quemando también personas». En cuanto a la prensa, el acuñado cuarto poder, también ha perdido terreno en el querer de los lectores. Sin más, el periódico de mayor circulación del mundo, el japonés Yomiuri Shimbum, imprime solo 9 millones de ejemplares y USA Today vende apenas cuatro millones globalmente. Todo indica que el cuarto poder cedió su trono al afamado quinto poder, el poderoso e influyente Internet con sus redes sociales.
Cómo ejemplo reciente del vigor del quinto poder, en el mes de enero el mundo atestiguó como entre los días 7 y 8, Facebook y Twitter borraron comentarios y suspendieron las cuentas del presidente Trump, así es, del timonel de la mayor economía del mundo. Caray, si eso hicieron con el líder republicano, ¿qué no harán, o podrían hacer con el resto del mundo? El día 22 la revista especializada Forbes reveló la suspensión de tres cuentas de Twitter de seguidores del presidente mexicano por supuesta manipulación afirmando: «No permitiremos el spam ni ningún otro tipo de manipulación… para llevar acciones masivas, que confundan a las personas». Y el día 24, ante el anuncio de contagio por COVID-19 del mismo mandamás, Twitter oportunamente aclaró que «no tolerará contenido que promueva el deseo de que una persona se muera». En estos casos, independientemente de la libertad de las personas o la libre determinación de los pueblos, las redes sociales se han convertido en juez y parte de lo que, a su «criterio», está bien o mal.
Aunque parezca ciencia ficción, las redes sociales tienen la potestad de oprimir simultáneamente los tres botones necesarios para detonar una guerra o pueden, en cambio, convocar al mundo a un largo período de paz y armonía a través de una virtuosa ciencia y un noble conocimiento. La gran incógnita es, ¿hacia dónde inclinarán la balanza y quién o quiénes serán sus consejeros?
En estricto apego a la verdad, la decisión final del uso de las redes sociales la tienen lo usuarios, siempre y cuando sepan y puedan discernir entre lo que es provechoso y lo perjudicial. Este es justamente el meollo del asunto, se requiere fuerza de voluntad e inteligencia para escoger lo útil y fructífero que hay en las redes y resistir la tentación de optar por información infecunda. Mientras son peras o manzanas, parece que la humanidad no tuvo tiempo o le faltó inteligencia para vacunarse contra la agnotología en las redes sociales. Hablando de la rendición de cuentas de intelecto, ¿cómo vamos?
El escritor neozelandés, James Flynn, condujo un esperanzador estudio sobre la evolución de la inteligencia humana expresada en su coeficiente intelectual (CI), denominado «efecto Flynn». Sus investigaciones señalan que de 1938 a 2008, el CI de los europeos occidentales aumentó hasta 30 puntos, dos o tres puntos por década. Pues bien, el escritor del libro «La trampa del conocimiento» y graduado de Cambridge, afirma, y no es el único, que desde los noventas el CI de algunos países nórdicos disminuye 0.2 puntos por año. Así es, suscriben que la capacidad cognitiva del ser humano ha alcanzado su pináculo y decrece, apuntando parcialmente el dedo acusador hacia las redes sociales.
Concluyo subrayando que la libertad de elegir, como derecho fundamental privativo del ser humano, tendrá siempre la decisión final. Hago votos para que la humanidad decida «echarle tiempo» productivo para aprender por vía de las redes sociales, consciente de que, como dice el Evangelio de San Juan: «solo la verdad los hará libres».
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán