El estallido fue solo la gota que desbordó el vaso pues el pueblo estaba experimentando protestas por una asfixiante corrupción
La explosión en Beirut de la semana pasada sacudió al mundo por su magnitud, su similitud a una nube de hongo parecida a una bomba nuclear y el desafortunado comentario del presidente Trump llamándolo «ataque». Contrario a teorías de conspiración que afirmaban que habían sido proyectiles enviados por Israel, el estallido fue producto de 2,750 toneladas de nitrato de amonio negligentemente almacenadas durante años de forma insegura. El resultado fue la muerte y desaparición de más de 300 civiles y al menos 200,000 damnificados. En estos momentos de aflicción del pueblo libanés, es preciso ponerse en sus zapatos y recordar lo que decía la escritora española Concepción Arenal: «El dolor es la dignidad de la desgracia».
El estallido fue solo la gota que desbordó el vaso pues el pueblo estaba experimentando protestas por una asfixiante corrupción, agravada por una crisis económica contagiada por el COVID-19. Más aún, el país sufría de una tasa de desempleo superior al 25%, cortes constantes de electricidad, nuevos impuestos incluyendo a mensajes de WhatsApp y una deuda pública superior a 140% sobre su producto interno bruto. En consecuencia, el primer ministro Hassan Diab, quién había asumido el cargo apenas en enero 2020, y gran parte de su gabinete, se vieron obligados a dimitir esta semana. Quizás el compungido PM Diab recordó la frase del Padre Pio que dice: «Está más cerca de Dios el malhechor que se avergüenza de haber actuado mal, que el hombre honesto que se avergüenza de hacer el bien». Mientras son peras o manzanas y como efecto del polvorín político y la explosión en el puerto, el mundo entero, al menos temporalmente, ha volteado a ver a la República Libanesa.
Líbano está más cercano a México de lo que parece pues algunos migrantes han hecho una importante impronta en el crecimiento reciente del país. Como ejemplo, quien fuera en su momento el hombre más rico del mundo, Carlos Slim Helú, es primera generación de libaneses nacidos en México. Su padre emigró a México en 1902 a los 14 años sin hablar una sola palabra de castellano y su madre era igualmente hija de inmigrantes libaneses. El dueño de Deportes Martí, Alfredo Harp Helú, es primo hermano de Carlos Slim por el lado materno. Otros apellidos libaneses conocidos en México son: Checa, Kuri, Ayub, Hayek, Meouchi y Giacoman, entre otros. En varias ciudades de México hay un Club Libanés estrechando los vínculos entre naciones y afirmando su afinidad. Más allá de los aportes recientes de Líbano a México, el mundo entero está íntimamente ligado a esa nación.
El primer milagro de Jesús donde la Virgen María pronuncia aquella provechosa frase: «Hagan lo que El les dice» sucedió en las bodas de Caná («Qana») en Líbano. Más aún, el nombre de la Biblia proviene de una ciudad libanesa llamada Biblos, considerada como el asentamiento humano más antiguo del que se tiene registro, circa 5,000 A.C.
Hablando de tiempos más cercanos, uno de los santos más milagrosos y queridos en México es San Chárbel Makhlouf, asceta y monje maronita libanés. Este santo vivió como ermitaño, comiendo una sola vez al día, desde sus 47 años hasta su muerte a los 70 en 1898. A pesar de haber tenido una vida alejada del mundo, después de su muerte acontecieron sucesos inefables. En abril de 1950, ante la presencia de numerosas personas, exhumaron su cuerpo encontrándolo incorrupto no obstante de haber sido sepultado sin ataúd. El cuerpo del santo emite un bálsamo sanguinolento perfumado que ha sido apreciado como prodigioso y muy socorrido en México. Esperemos una feraz intercesión del santo libanés.
Como colofón, lo que ha acontecido en Líbano obliga voltear a verlo, a ser solidarios y a unirnos en un esfuerzo por tener empatía con esa noble nación a la que tanto le debemos. Al aedo Homero se le atribuye la frase: «Llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga». Habrá que ver cómo se solidarizan los mexicanos de ascendencia libanesa, por lo pronto el gobierno de México está aportando exiguos USD$100,000.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán