Martin Luther King decía que toda ley que eleve a la persona humana es justa, pero injusta la que haga lo contrario. Con eso en mente, quisiera abordar las lecciones aprendidas en el proceso migratorio canadiense comparado con otros países, pensando que “una lección aprendida debe ser compartida”.
La semana pasada, a pesar del peso específico del Coronavirus y sus repercusiones sociales y económicas a nivel internacional, tuvimos al menos dos noticias tocantes a la migración en México. Por un lado, inició desde Centroamérica la mal llamada “Caravana del Diablo” buscando el sueño americano y por otro, la renovada amenaza del Presidente Trump de que México verdaderamente pagará por el muro y que en breve anunciaría como. Quizás el Presidente Trump se refería al hecho de que México ha otorgado no menos de 12,500 “Tarjetas de visitante por razones humanitarias” o visas humanitarias a migrantes centroamericanos en poco más de un año. Dicha visa les permite trabajar en cualquier estado de la república y recibir servicios públicos gratuitos durante un año, con renovación sin costo y con cargo al contribuyente mexicano. Tal vez pensó en los millones de pesos que el país subrepticiamente está gastando, a invitación de la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU, al costear vía aérea a decenas de miles de “retornos voluntarios asistidos” desde Chiapas, Tabasco y Estado de México, hacia Centroamérica. Igualmente pudo haber hecho el cálculo económico y social de que México mantenga un muro humano de 15,000 militares intentando frenar a los migrantes. Ya nos dirá el Presidente Trump.
Por fortuna de México, se pudiera afirmar que la mayoría de los migrantes centroamericanos que deciden permanecer en nuestro país hablan el mismo idioma, disfrutan de la música y comida mexicana, conservan valores familiares y religiosos similares y tienen hambre y deseos de superarse. Según la “mano invisible de Adam Smith” de la oferta y la demanda, en una economía de mercado global siempre habrá países expulsores y receptores de migrantes. Aunque el nivel educativo de los migrantes centroamericanos sea en promedio aún menor que el de los mexicanos, pudiéramos conjeturar que, si tan solo el crecimiento de la economía mexicana fuera mayor, habría trabajo para cada uno de los doce apóstoles e incluso para Dimas y Gestas; existirían oportunidades para todos.
A partir de la llegada del Presidente Trump al poder se ha escuchado más sonoro el pensamiento de César Chávez quien afirmaba que era indispensable frenar la migración ilegal para mejorar las condiciones del estadounidense. A pesar de las vicisitudes para obtener la residencia permanente o “green card”, según el “Pew Research Center”, cada año llegan 1 millón de migrantes a ese país, siendo asiáticos el 37.4%. De ellos, solo el 14% de quienes migran a ese país lo hacen por oportunidades laborales. Otros pocos lo hacen a través de un programa de inversión en zonas estratégicas donde invierten entre USD$500,000 y un millón. Sin embargo, una característica casi privativa de la política migratoria de los EE.UU. es que privilegia a la migración por lazos familiares sumando el 65% del total. Entre ellos destacan los padres solicitados por sus hijos quienes, aunque nunca vivieron en los EE.UU., quizás estratégicamente nacieron allá. La manera más rápida y recurrente es a través del matrimonio con algún estadounidense. El cuestionamiento hacia dicho sistema migratorio es que en forma sustantiva es el migrante quien escoge al país, y no el país quien invita a los mejores postulantes.
Mi hermano mucho mayor Edgardo, me ha sensibilizado de la situación migratoria en Europa al tener más de 20 años viviendo en Francia. Primeramente, habría que diferenciar a los refugiados de los migrantes; para los primeros es un tema de vida o muerte y para los segundos es una oportunidad de mejora. Para los primeros debiese ser un tema humanitario y con los segundos obligaría anteponer el interés nacional; sin embargo, se les da el mismo trato. Según Frans Timmermans, VP de la Comisión Europea, más del 60% de los migrantes a Europa no son refugiados, sino lo hacen buscando mejores condiciones de vida. Privilegiando el interés nacional, las naciones más boyantes de la Unión Europea pudieran aplicar a su favor el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos que tiene que ver con libertad de movimiento, e invitar a jóvenes preparados de otras naciones de la misma asociación económica donde hubiera desempleo. Sin embargo, países como Francia y Alemania que tienen una tradición de recibir a los migrantes con los brazos abiertos se han auto infligido un problema aún mayor. Muchos de los migrantes no hablan el idioma, no se sienten europeos, no buscan integrarse y no pretenden trabajar. Las políticas socialistas de países como Francia les han dado techo y sustento y los benefician económicamente por cada hijo declarado. Hay ciudades galas donde el primer idioma es árabe y no francés, otras como Calais donde los locales viven atemorizados o de plano se han mudado; incluso hay ciudades donde los franceses cristianos son minoría y se sienten inseguros. Considerando que la migración es necesaria y más en Europa donde faltan jóvenes para trabajar, ¿no debieran ser los países europeos más estratégicos al invitar talento extranjero?
Un buen ejemplo de un país que sí tiene una política migratoria que privilegia el bien común es Canadá donde el 63% de los migrantes son por criterios económicos. Todos los años Canadá da la bienvenida a cerca de 300,000 residentes permanentes; esto es aproximadamente el 1% de su población. Ese país norteamericano se basa en un sistema de puntos o méritos para invitar y escoger a aquellas personas que considere abonarán al crecimiento del país. Dentro de los criterios de selección está hablar inglés y/o francés, tener una carrera profesional, experiencia laboral, ser joven o contar con una oferta laboral. Según los sectores estratégicos de las provincias y con la retroalimentación de las empresas, Canadá determina las habilidades que en ese momento son más necesarias e invita a quienes cumplan con ellas a “competir”. Es un modelo pragmático ya que, al escoger a un joven talentoso y preparado de otra nación, Canadá se ahorró la educación y manutención de esa persona y lo recibe cuando está maduro y listo para contribuir. De ahí que los canadienses tienen una percepción muy distinta de la migración al no verlos como carga y comprender a cabalidad el valor de su participación. Más allá de los datos duros, el gobierno canadiense se reserva siempre el criterio de discrecionalidad entre los candidatos, privilegiando algunos factores blandos no definidos: como el país de origen o el hecho de que esté casado y con hijos, favoreciendo la estabilidad. Cuando un migrante llega a Canadá con su residencia permanente condicionada, el gobierno lo pone a prueba, lo acompaña temporalmente y le exige resultados.
La historia nos dice que la migración continuará. Hago votos para que las naciones receptoras tengan políticas migratorias virtuosas, con visión de futuro y privilegiando el interés nacional y que no se olviden de retribuir a los Estados donde dejaron un vacío al nutrirse de sus mejores talentos.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán.