En ese tenor, la prensa internacional ha sellado como «Xinomics» a la cosmovisión china de su rol histórico en el contexto planetario.
Con el pardear de los años ochentas tuve la oportunidad de estudiar la materia de economía en la maestría con una ejemplar profesora, Clarita Dieck. En esos años era obligado aprender del contraste entre las políticas económicas de EE.UU., «reaganomics», y las de México. Precisando, durante el sexenio de José López Portillo, fincado en ingresos petroleros, México sufrió una devaluación de 3,100%, una inflación mayor a 4,000% y una reducción del poder adquisitivo cercana al 70%. En EE.UU., por el contrario, para finales del segundo período de Reagan, el país gozaba de mayores ingresos tributarios, baja inflación, 40 millones de nuevos empleos y de uno de los períodos más largos de sólida prosperidad en la historia de ese país. La fórmula de política económica neoliberal del presidente Ronald Reagan, caracterizada por una sobria actividad económica gubernamental, una reducción de impuestos (de 70 a 28%) y una menor regulación económica, había dado resultados.
En consonancia con su política económica, en su último mensaje a la nación en enero de 1989, pronuncia un memorable discurso llamado «Nosotros el pueblo» (We the people) y cito: «Nosotros, el pueblo, le decimos al gobierno qué hacer y no al revés. Nosotros somos el conductor que determina el rumbo y el gobierno es el auto». Y termina diciendo: «El hombre no es libre a menos que se limite al gobierno. Entre mayor sea el ente gubernamental, menor la libertad del pueblo. Nada es menos libre que el comunismo». Pues bien, esa escuela de pensamiento, basada en las teorías Keynesianas modificadas por Milton Friedman, fueron emuladas por la Inglaterra de Thatcher y muchos otros países, entre ellos, China. Así es, mientras el gobierno comunista chino recibía la crítica, igualmente aprendía de ella y actuaba en consecuencia.
En materia de política económica, los tabloides lo acuñaron en esos años «Reaganomics con características chinas». Esa estrategia enarbolada en el impulso a la iniciativa privada con una menor dependencia del gobierno en los medios de producción, mudó hasta convertirse en lo que hoy Xi Jinping llama «socialismo con características chinas». El tecno céntrico capitalismo chino se olvidó del romántico estado desarrollador que controlaba la manufactura, cediéndolo a la inversión privada, nacional y extranjera, por medio de zonas económicas especiales. Topen chivos, a las menguantes empresas paraestatales las puso a competir contra las privadas en un terreno de juego parejo, con leyes diáfanas y justas de competencia económica y un estricto apego al estado de derecho. El resultado es patente al sostener que han erradicado por completo la pobreza extrema cuando, en épocas de Mao Zedong, el 90% de su población vivía en esas condiciones. Desde 1995, la contribución de China al Producto Interno Bruto mundial creció de 2 al 16%. Ese milagro económico no tiene precedente.
Los «reaganomics», sin embargo, no se limitaron a la política económica, sino también abarcaron la geopolítica. Como lo mencioné en un artículo de marzo llamado: «Nada es casualidad», Reagan fue uno de los presidentes de EE.UU. más respetados internacionalmente y con una influencia tal, que logró la caída del Muro de Berlín junto con sus grandes aliados: Thatcher, Gorbachov y San Juan Pablo II. Nuevamente, al igual que en materia económica, China también aprendió de la diplomacia y de la influencia internacional de Reagan.
En ese tenor, la prensa internacional ha sellado como «Xinomics» a la cosmovisión china de su rol histórico en el contexto planetario. La visión georreferenciada de China no se entendería sin comprender que, después de haber sido derrocada por los imperios griegos, romanos, persas y otomanos, esa nación sigue siendo el Estado vigente más largo de la humanidad. China ha sido la nación económica y políticamente más poderosa durante casi toda la era moderna y es hoy en día, la segunda economía del mundo. En cuanto a la influencia internacional China, esa nación apuesta a la cooperación. Cuatro de las quince agencias internacionales dentro de la Organización de Naciones Unidas, son lideradas por China y es actualmente, el segundo mayor contribuyente económico de ese organismo multinacional.
China naturalmente, tuvo el privilegio de haber subrepticiamente surcado los mares internacionales como un desconocido. Como si un día el mundo hubiese despertado para encontrar un elefante en el cuarto sin saber de dónde salió. El problema fue que el mundo, embriagado por la influencia norteamericana, no vio o no quiso voltear a ver a China.
Qué ironía, mientras que los EE.UU., en la era Trump, se afana en confrontar en una frívola guerra comercial y en imponer sanciones, China lo ignora, sigue su curso y crece. Qué falta de tacto del Secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, al histriónicamente afirmar que: «Las naciones amantes de la libertad deben de inducir a China a cambiar». No señor, China no va a cambiar, al contrario, se aferra cada día más a sus raíces milenarias del confusionismo.
Quizás tenía razón Friedman, pilar de los «reaganomics» y, consecuentemente de los «xinomics», cuando afirmó después de viajar por primera vez al país asiático: «Estos chinos jamás serán capitalistas». Claro, no serán capitalistas como lo manda los EE.UU., pero en la práctica sí lo son, pero con características chinas. Sea en materia de política económica o en la geopolítica, México pudiera aprender mucho de cómo China aprendió.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán