Si la magnitud de la crisis económica producida por el COVID-19 y la inexistente política industrial no nos hacen cambiar, en vano será el sufrimiento
Pocos años atrás, un exitoso empresario quebequense de nombre Robert Ouimet, liado y consternado por la exhortación de Jesús al joven rico de vender todo y seguirlo, buscó una respuesta en la Madre Teresa de Calcuta. El Sr. Ouimet se veía afligido por una especie de disonancia cognitiva, un malestar psicológico por el choque de dos ideas incompatibles, privilegiar al «tener» y denostar al «ser». Durante su encuentro, le confiesa que llevaba años acariciando la idea de vender y regalar su compañía y toda su fortuna personal para el bien de los más necesitados. A pregunta expresa, la ahora Santa, no escatimó en su respuesta y le dijo: «nada te pertenece, todo te ha sido prestado». La Madre Teresa le explicó que en esta vida somos meros administradores de los bienes, dones y talentos que Dios nos ha encomendado y tenemos una obligación grave de multiplicarlos procurando el bien común.
El Sr. Ouimet comprendió a cabalidad que tenía una importante obligación de dirigir su empresa hacia más altos horizontes, pero con el diáfano objetivo de beneficiar consecuentemente a sus colaboradores. De ahí surgió un laudable modelo de administración al que llamó «Nuestro Proyecto» donde las utilidades de la empresa crecieron en proporción a los beneficios otorgados a sus empleados, clientes y proveedores. Igualmente, algunos empresarios regiomontanos han labrado su propio proyecto.
Tocante a ello, intercambiando ideas con José Luis Mastretta sobre el rol de los empresarios, me confió una anécdota que presenció a finales de los 50s. Por esos años los capitanes industriales aún tenían fresco el recuerdo de la persecución religiosa por parte del Estado durante la Guerra de los Cristeros. En una encerrona con líderes empresariales regiomontanos, el obispo Genaro Alamilla Arteaga, les planteó dos preguntas. ¿En nombre de quién y para quién trabajan? Algunos timoneles dieron respuestas como; crecimiento, productividad, rentabilidad y accionistas. Ante ellas, quien fuera vocero de la Conferencia del Episcopado Mexicano, les dijo de manera respetuosa, pero enérgica: «No se confundan, tienen que multiplicar rentablemente los bienes encomendados, pero teniendo en cuenta que lo hacen en nombre de Dios y para servir a los demás». Caray, no es casualidad que empresarios como Don Eugenio Garza Sada, Jorge L. Garza y Humberto Lobo se guiaran por esos sublimes principios como recordando las palabras de San Antonio de Padua: «Las acciones hablan más que las palabras; deja que tus palabras enseñen y tus acciones hablen».
Pensando en acciones y proyectos empresariales, hace unos días los medios de comunicación dieron cuenta de los más de MXN$20,000 millones que coercitivamente enterarán a la federación algunas empresas. Naturalmente, ese recurso no lo tienen en la bolsa y tendrán que vender, desinvertir e incluso apalancarse para cubrirlo. El tema es, ¿Cuál será el costo de oportunidad para dichas empresas y la sociedad, de no poder disponer de dicho capital para invertirlo en proyectos y acciones encaminadas al bien común? Con ese capital esas compañías pudieran erigir una armadora de autos, construir 20,000 viviendas para los trabajadores o edificar y financiar el gasto corriente de cientos de clínicas para sus colaboradores.
Pensando en grande, ¿Cuántos empleos en las PYMES se pudieran generar y conservar con veinte millardos de pesos? En base a la experiencia del World Trade Center Monterrey de la Universidad Autónoma de Nuevo León, alcanzaría para asesorar y capacitar a 1 millón de PYMES. Utilizando el mismo modelo del Small Business Development Center (SBDC) que utilizan 23 países latinoamericanos y con una inversión promedio anual de MXN$6,000 por empleo generado o conservado, serían más de 3 millones. Así es, una ganga y además compensaría los perdidos. Más aún, si las grandes empresas invirtieran en el desarrollo de sus clientes y proveedores, recuperarían su capital a través de mejores insumos y mayores ventas. Igualmente sería un negocio redondo para el gobierno federal pues el retorno sobre la inversión sería de 6.72 tantos. En fin, se vale soñar.
Si la magnitud de la crisis económica producida por el COVID-19 y la inexistente política industrial no nos hacen cambiar, en vano será el sufrimiento. El Papa Francisco dice que «Es tiempo de elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa. Es tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia Dios y hacia los demás.» Hace unas semanas escribí sobre la idea de que las estoicas grandes empresas pudieran implementar un «Keiretsu a la mexicana». Caray, cuán fácil e injusto es apostar cuando el dinero es ajeno. Sin embargo, México precisa, hoy más que nunca, de empresarios heróicos que no solo den lo que les sobra, que crean en la rentabilidad de los valores y que se rijan por los principios de la doctrina social de la iglesia. Quizás, si eso fuese una realidad entre los grandes empresarios, no estarían en riesgo de quiebra tantas PYMES y la lealtad de la clase trabajadora blindaría a las empresas de los embates de políticas gubernamentales adversas.
Fuente: El Porvenir | Dr. Eugenio José Reyes Guzmán.